viernes, 27 de julio de 2012

En tres

En la ardorosa ciudad de Iquitos donde las bailarinas de Explosión muestran a los turistas nacionales sus sensuales movimientos (¡gente sin escrúpulos!, dijo mi vecina, una enfermiza católica, cierto amanecer) y donde se trampea sin el menor reparo, son esas noches de furtivos encuentros y eufóricos festejos, dependiendo donde te sorprenda el demonio, hasta en un burdel se puede hacer una fiesta . La moralidad se transpira con gran facilidad abriendo paso a la nada impertinente lujuria, en bares de mala muerte escondidos de las miradas conocidas, entregandose a los brazos de amantes desconocidas, y sí, muchas saben conversar y entretener a quién ellas observen que manda en la mesa, una suerte de geishas amazonicas con ropas ceñidas a sus senos y sexo, algunas preocupantemente delgadas con la mirada en todas partes menos en la realidad, pero no es importante juzgar, solo cuenta disfrutar.

Si aún te sobran energías, puede ser que ya ni recuerdes lo sucedido la noche anterior, debo confesar que las cuatro primeras juergas logran ser inolvidables, las siguientes solo son escenas que se desgastan de tanto ser rebobinadas y quedan en el olvido. No es para dramas, simplemente se puede decir que la palabra clave es SIN RENCOR, esa palabra que alivia la mente y el corazón, y es precisamente en estos momentos que una canción de líbido susurra lento, diciéndome: Transpirar respirar después del dolor/me olvidarás no lo dudes te aliviarás.
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Y a veces caminar se torna tan fastidioso que tratas de apresurarte para llegar rapido a casa y buscar la primera bebida helada, al polo, casí cremolada para remojar esa sequía en la garganta, y algunos amigos que ya no veo, suelen ver el lado amable de la rutina, y como suelen decir los mototaxistas: -Esta calor se rompe con dos chelas-, pues claro, yo antes la rompía con dos cajas y una docena de cigarrillos; dirán que fumar bajo este inclemente sol es de locos, pero no, siempre hay disponible alguna bodega con bancas en la vereda al pie de un hermoso castaño o mamey; nunca falla, es la ciudad la que se lleva nuestro caos mental y la brisa que se respira sentado allí a la sombra de un joven arbol logra arrancarme de la tierra y sentir fugazmente que todas las hojas son del viento, así como nosotros. (o lo que solíamos ser alguna vez). Ser feliz o intentar no morir de viejo sin haberlo sido.

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